domingo, 7 de febrero de 2010

El tonto apaño del "diseño inteligente"

El problema para los partidarios del "diseño inteligente" de la vida es que llegan con un par de siglos de retraso a una cuestión decidida y pretenden impugnar la solución. Pero lo hacen con un absoluto desconocimiento de lo que es una explicación científica. Es decir, con absoluto desconocimiento de lo que es una explicación.

Si levantamos un poco el velo de la palabrería "diseñista", vemos que hay dos cosas que la diferencian de la ciencia: la primera, una ignorancia abismal de la filosofía del conocimiento; y la segunda, un prejuicio antropomórfico. Ambas cosas forman un circulo vicioso del que el pensamiento salió hace siglos pero del que los "diseñistas" no quieren salir ni que salgan otros.

Parece evidente que las primeras explicaciones aparecidas son de tipo antropomórfico porque la gramática del lenguaje revela una gramática del pensamiento con ese carácter y se trata de una hipótesis sencilla que funciona en el pequeño mundo que nos rodea. Observamos que las cosas no se mueven si nadie las mueve o son movidas por algo que alguien ha movido, y que al faltar esos impulsos se detienen. Ese esquema, que resulta apresurado llamar razonamiento, implica una distinción básica: la de la categoría de agente frente a la de objeto, que aparece de distintos modos en los lenguajes. El agente como un sujeto activo e intencional y el objeto como una cosa pasiva.

Con esa idea de que la naturaleza del agente es esencial y radicalmente distinta de la del objeto, se argumenta que en una cadena de objetos no habría movimiento salvo que haya un agente, del mismo modo que si tenemos una serie de cajas dentro de cajas, la última caja sólo contendrá una perla si al menos una de las cajas intermedias contiene una perla porque se entiende que el contener una perla no pertenece a la naturaleza de todas las cajas.

Se vio, sin embargo, que la Naturaleza no se comporta como algo a lo que viene de fuera su orden, su causalidad, su movimiento, y las hipótesis naturalistas fueron desalojando al animismo de todos sus lugares, hasta llegar al último de ellos, que parecía el más sólido baluarte: la vida y su orden. Así fue como algunos creyentes de diversas religiones, tras ser expulsados sus dioses de todas las causalidades cercanas (la enfermedad no era un mal causado por un espíritu, el movimiento físico implicaba un principio de conservación que excluía un agente primer motor inmóvil, la historia era el resultado de fuerzas sociales y naturales, la vida era química y física dirigida en el sentido de la evolución por selección natural) se refugiaron en la causalidad última, metafísica -más allá de la física- para hacer un hueco al dios en que creían en la explicación de todo.

Pero para ello tenían que negar la base del método científico, la base de la filosofía del conocimiento: nuestros conocimientos no son las cosas sino pensamientos que tenemos y que sólo podemos referir a una realidad externa en la medida en que la hipótesis de que ésta existe y de que se comporta según algunas reglas nos permite predecir hechos que podremos observar o no, validando o invalidando las hipótesis.

Una explicación es sólo un modelo que nos permite inferir consecuencias a partir de premisas, de modo que creemos en la validez y en la realidad de las premisas del modelo en la medida en que observamos las consecuencias inferidas y no las contrarias. Pero los antropomorfistas, así como creen que el agente es algo exterior a la cadena de los objetos y la causa a la de los efectos, creen también que la explicación es algo exterior a los fenómenos: algo de naturaleza diferente. La explicación debería ser algo verdadero de forma evidente y que aporte el contenido de realidad y verdad a la cadena de razonamientos, que por sí mismos no las contienen sino que se encadenan sólo por su validez formal.

Sin embargo, vemos que la explicación siempre será un modelo dentro de nuestro pensamiento y que funcionará como un conjunto de premisas hipotéticas, y que otro modelo, otra explicación, dará un conjunto de resultados y consecuencias tan lógicamente encadenados a sus premisas como el que más. Y la verdad no pasa de manera lógica de las premisas a las conclusiones -salvo de esa manera hipotética- sino que es la verdad de las conclusiones la que puede ascender y con dificultades de las consecuencias a las premisas.

Así, la explicación de la Naturaleza será otra hipótesis, otra de nuestras ideas, y nunca algo de la realidad y que manifieste con evidencia la verdad de lo que lo afirme. Y sólo el método de las ciencias de formulación de hipótesis como modelos, deducción de consecuencias y contrastación de éstas con las observaciones podrá encontrar que algunas de esas hipótesis son explicaciones de lo observado. Podremos decir que lo postulado en la hipótesis es real si ésta es verdadera, y por mucho que lo que existe está fuera de nuestros pensamientos -si existir tiene algún sentido, tiene ése- la explicación no es algo real ni fuera del conocimiento, sino dentro de él y sometida a sus reglas de validación.

Pero, como parece que el método de las ciencias ha excluido explicaciones antropomórficas de todo lo conocido en la Naturaleza, los creyentes han diseñado un disfraz de palabras científicas para otro prejuicio de ese tipo: el orden de la vida es imposible de forma espontánea y por tanto requiere un agente que lo introduzca en el Universo, que lo aporte desde fuera a una realidad que de por sí no podría ser ordenada, o no de la manera como lo está.

Su argumentación da una serie de pasos, todos ellos metodológicamente absurdos. En primer lugar, niega la verdad de las teorías de las ciencias sobre la vida. Es obvio que los seres vivos muestran un orden en la estructura y en la función, en el espacio y en el tiempo. Y es obvio que el vitalismo se derrumbó como hipótesis científica al constatarse que los materiales de la vida podían reducirse a química y física.

En la antigüedad se podía pensar que los cuerpos vivos de seres humanos, animales o vegetales eran esencialmente distintos de la tierra, el agua o las rocas. Pero se observaba que una vez muertos se reducían a polvo. Se podía así pensar que compartían materia prima pero que la estructura venía dada por algo diferente. Dejemos, sin embargo, para mejor ocasión las discusiones sobre el alma o los tipos de almas.

La química moderna reveló que los elementos de un cuerpo vivo eran los mismos que los del resto de la materia y en unas proporciones determinadas y constantes, pero que no se observaban las moléculas ni las estructuras químicas y biológicas fuera de los seres vivos, en la Naturaleza inorgánica, salvo por la acción de seres vivos. Así, se pensaba que los elementos químicos no eran suficientes para que se formara la vida, aunque sí necesarios, y que la vida sólo podía proceder de otra vida, que ordenara la materia inorgánica de forma vital, compatible con las leyes químicas, pero trascendiéndolas.

Se observaba que la celulosa aparecía sólo en vegetales y en los objetos fabricados con materiales vegetales, nunca en otros, y que en ella el carbono y el hidrógeno se comportaban como lo hacen en cualquier compuesto inorgánico. Los órganos y tejidos humanos estaban compuestos también de elementos químicos usuales unidos de la forma usual, pero sus estructuras eran exclusivas de los seres vivos y nunca aparecían fuera de ellos. Más aún, la muerte conducía a la reducción de los organismos y tejidos vivos a sus componentes inorgánicos una vez destruidas sus estructuras.

El razonamiento parecía obvio: si la base química inorgánica permanece antes, durante y después de la vida, la vida consiste en algo que la materia inorgánica no es ni tiene por sí misma. Y en la medida en que se quería permanecer lejos del espiritualismo especulativo, se observaba que la clave eran las estructuras vitales que no aparecían en el mundo inorgánico sino sólo dadas por un organismo vivo. Un organismo vivo como la hierba fabricaba moléculas exclusivas de la vida a partir de materia inorgánica. Todos los seres vivos convertían o materia inorgánica en orgánica o materia orgánica de otras estructuras en materia propia de estructuras propias y reproducían su estructura en forma de otras estructuras hijas. Pero para ello era necesaria la vida como condición previa.

Tendríamos así un esquema análogo a los anteriores y la materia, la física y la química de la vida serían las de la materia común; sin embargo, sus estructuras propias no serían las de la materia inorgánica y no vendrían dadas por ella de manera suficiente. La causa necesaria, por lo tanto, sería ajena a la materia inorgánica y dada una cadena de seres vivos que se alimentan y generan otros seres vivos, o esta cadena es infinita o está iniciada desde fuera por un agente capaz de dar orden a la vida, el orden que no puede darse la materia inorgánica a sí misma pues carece de él.

Sin embargo, las dificultades filosóficas y experimentales para esta idea eran obvias pues la ciencia iba descubriendo que las moléculas propias de la vida podían ser sintetizadas de manera inorgánica, es decir, en ausencia de la estructuras vivas -salvo, obviamente, las de los experimentadores- y que la bioquímica consistía en conjuntos de reacciones químicas usuales que se daban en las estructuras vivas y su entorno inmediato. La vida, como algo ajeno a la materia ordenada de forma química, no aparecía ni era necesaria, es decir: dadas unas estructuras vivas, el conjunto de sus transformaciones venía determinado por las leyes de la química inorgánica y por nada más.

Ese mismo paso reduccionista había sido dado también por otras ramas de la biología antes que por la bioquímica. Por ejemplo, las especies, sus estructuras, su distribución geográfica y a lo largo del tiempo -su evolución- habían sido explicadas por Darwin sobre la base de principios sencillos: la herencia imperfecta de las cualidades observadas en los seres vivos, tal que se heredaban de forma general pero sometidas a constantes variaciones, y un mecanismo de dirección del cambio, una vez visto que éste era posible, y que consistía en la supervivencia sólo de una parte no aleatoria de los individuos de cada generación, mientras que era verosímil suponer que la variación era aleatoria. Por otra parte, la genética había sido explicada, en los casos básicos al menos, por un mecanismo de herencia de caracteres transmitidos de forma independiente unos de otros.

No era necesario suponer en la vida nada más que mecanismos físico-químicos para su funcionamiento, con lo que el vitalismo quedaba invalidado como opción. Pero en segundo lugar, las dificultades filosóficas de suponer un agente sobrenatural parecían insuperables y eran las mismas que descartaban la validez de los argumentos sobre el movimiento o el orden del Universo. Así, el agente que movía a los objetos no podía ser un móvil más, pues se concebía el movimiento como una situación de transformación mientras que la causa de ese movimiento debía tener algo permanente en su naturaleza y que fuera causa del movimiento de los objetos. El orden, que vendría impuesto por un agente, supondría que ese agente tendría orden de manera esencial y no derivado de otro ser natural. Sin embargo, ese modelo de acción, como tal, no era viable: un modelo causal debe asumir un isomorfismo entre las condiciones iniciales y las finales y por tanto unas reglas de correspondencia. Y lo debe hacer en todos los sentidos posibles.

Si se supone que el agente que ordena la vida aporta el orden que no existe en la materia inorgánica, el modelo que lo explique debe asumir que hay una relación isomórfica entre el agente y sus efectos sobre los objetos y que hay unas reglas de correspondencia entre lo que se encuentra en él al modo como se encuentra en él y lo que resulta para el organismo vivo. Es decir: que el orden del agente es capaz de ordenar de manera efectiva los elementos inorgánicos y de una manera específica, no suficientemente determinada por ellos.

Eso se puede imaginar de dos maneras: o como una mera causalidad física en la que el agente ordenador es un ser ordenado que reproduce su orden, del mismo modo que una gallina fabrica un huevo que dará un pollo de su especie, con el orden especificado por las leyes bioquímicas y genéticas de los progenitores, o como un fabricante impone un orden a lo que fabrica, dado que él mismo es un ser ordenado; o bien como una causalidad metafísica en la que se asume que el agente posee un orden y una capacidad de acción no físicos, pues ni su orden es una estructura física ni su causalidad sigue unas leyes físicas.

Pero en el primer caso estamos dentro de la Naturaleza y, si se cree que el orden es algo que no pertenece a los objetos del Universo, no se ha salido del problema como se creía. En el segundo, se sale a costa de entrar en otro mayor: la falta de isomorfismo entre el agente y el orden que impone. Un agente capaz de ordenar debe poseer una complejidad análoga a la que resulta de su acción. No necesariamente a la del resultado acumulado de sus acciones, pero sí a la de cada una de ellas. Un escritor, por ejemplo, puede escribir un libro que sería incapaz de imaginar o memorizar completo en un momento, pero es capaz de tomar de modo recursivo lo que ha escrito y lo que recuerda para ir ampliando el libro tanto como lo considere necesario.

La causalidad física no implica que el conjunto de las leyes de la Naturaleza sean tan complejas como la Naturaleza sino que dado un estado de cosas, el siguiente estado es resultado de una transformación según esas leyes. De otro modo sería imposible formular leyes pues cada caso formaría parte de una complejidad irreducible. Así, la presencia de carbonatos en las aguas que se filtran por las cuevas puede explicar la formación de estructuras calcáreas de infinita variedad sin que la geometría de las estalactitas esté contenida en la de la ley, aunque sí en el conjunto de la ley más la suma de estados iniciales de las cuevas, del agua y de los carbonatos, las corrientes de aire y todo lo que podamos pensar que influye en el resultado.

Pero la explicación naturalista consiste precisamente en explicar la realidad como un modelo de regularidades en las transformaciones desde cada estado al siguiente donde el dato inicial es un estado de cosas y la regularidad es la ley de transformación en un resultado que es el estado de cosas subsiguiente. Si los partidarios del diseño inteligente se alejan de eso es porque conciben que el resultado observable de la Naturaleza no es reducible a transformaciones físicas sino a un esquema ordenado que trasciende las regularidades físicas.

El ejemplo de las piezas de un avión en un desguace azotado por un huracán explica su punto de vista (1). Admiten que las piezas encajan por las leyes físicas pero afirman que la probabilidad de que se ajusten en un avión funcional al ser agitadas por el viento es infinitesimalmente pequeña y es análoga a la de que las piezas físico-químicas de la vida hayan encajado por azar. Lo que pretenden descartar es que desde un estado del Universo sin vida se pueda llegar a un estado con vida, con organismos que se compongan de piezas inorgánicas pero ordenadas de modo orgánico, bien porque sea imposible o porque sea menos probable que el menos probable de los sucesos del Universo.

Por lo tanto, el orden del agente, según los diseñistas, debe contener más complejidad que las leyes naturales y no aplicarse meramente de forma recursiva como éstas, resultando una complejidad mayor que la de las leyes de transformación. El orden debe contenerse en el agente de algún modo. Pero veíamos que puede contenerse de dos modos: o bien en la complejidad real de un patrón que se imprime sobre una realidad plástica o en la complejidad virtual de una mente que aplica un patrón de orden sobre su propia estructura antes de dar una salida a la realidad exterior. En el primer caso, todo el orden está presente en forma actual y real en el agente, al modo como los detalles de un dinosaurio quedaron impresos sobre el sustrato y fosilizaron. En el segundo, al modo como un organismo se modifica antes de operar sobre el exterior o como un ser humano planea y delibera antes de actuar.

Es obvio que los materiales de la roca pueden adoptar estructuras diversas, una de las cuales es la del fósil, pero que es infinitesimalmente improbable que la adopten sin un dinosaurio real que imprima la información de su forma y sus estructuras sobre la roca en formación. La roca y sus materiales imponen un límite a la información que pueden contener pues el tamaño de las partículas da el límite de resolución que se puede alcanzar en estructuras formadas por ellas, y la información contenida en la roca siempre será menor o igual que la contenida en el original fosilizado. Pero en rocas de grano muy fino quedan impresas estructuras anatómicas de gran detalle que sería absurdo esperar como formaciones espontáneas de la roca. De hecho, si los fósiles pudieran resultar de procesos que no supongan la existencia de un organismo vivo no nos darían información sobre los seres vivos existentes en el pasado.

Parece claro, en cualquier caso, que el remitirse a la improbabilidad de un suceso implica renunciar a la base de argumentación metafísica de que el orden es radicalmente distinto del azar. Al menos en el caso del avión, se concede que habría una probabilidad infinitesimal pero distinta de cero de que se formara un avión. Cuando nos parece intuitivamente imposible, no improbable, es porque asociamos ciertos sucesos, como la soldadura de un cable a un procedimiento que contiene un ordenador, pero visto de modo reduccionista son átomos y partículas del soldador, de sus herramientas y de los materiales, que interaccionan según las leyes físicas. Así vemos que el orden no es algo ajeno a la realidad física sino una de las posibles estructuras que adopta y que puede surgir de su azar. Y cuando tratamos de estructuras observadas en el mundo físico podemos preguntarnos de qué modo pueden surgir ya que es posible que surjan.

El otro modo es el del escritor que crea su libro a partir de una serie de pautas para el lenguaje y para el relato, pero sin tener necesariamente el relato completo en su imaginación. Eso no es distinto de todo mecanismo fisiológico de adaptación al entorno. Por ejemplo, un oso se prepara para la invernada o una hembra para la gestación o la crianza antes de actuar de una determinada manera. Son pautas fisiológicas inconscientes que modifican al animal, y las pautas del conocimiento no parecen en esencia ser diferentes pues suponen una preparación para un acto.

Tenemos, por lo tanto, que el agente que aporta la información de la vida puede ser como el progenitor que tiene descendencia copiando su información genética en nuevos individuos, o como un autor de un modelo pensado y que se contiene de alguna manera virtual en una mente. Está claro que los "diseñistas" no se refieren al primer caso, que es una explicación naturalista, sino a alguna forma del segundo. Pero no pueden escapar del necesario isomorfismo entre el contenido de la mente del autor y el resultado de su diseño y de la necesidad de una relación causal entre uno y otro elemento. No pueden, en esencia, suponer que la mente del diseñador es menos compleja que el diseño que contiene. Ahora bien, no sólo han negado la verdad de las teorías científicas validadas experimentalmente sino que han caído en un abismo lógico: ningún modelo puede ser menos complejo que el patrón que genera en la realidad. Un modelo de teselas de dos dimensiones sólo puede generar una superficie teselada y un programa corto de ordenador no puede generar los mismos resultados que uno más largo si el largo no tiene partes redundantes o inservibles. Un Universo complejo debe derivar de un modelo tan complejo como las leyes del Universo y sus condiciones en un momento dado y, si deriva de un diseño, el diseño y su autor deben ser tan complejos o más que lo que observamos. Lo cual puede servir como explicación si el modelo especifica cómo hay tal número de leyes básicas y cómo de ellas se derivan consecuencias observables, y hasta el límite en que permite eso, pero no negar la posibilidad de que el Universo sea complejo porque lo es en demasía y tener que admitir que se debe a un modelo desconocido y tan complejo o más que lo que se pretende explicar. Por otra parte, se ha roto como veíamos arriba la barrera entre agente y objetos, entre orden y mundo ordenado, entre causa del movimiento y movimientos. No se puede decir sin más que el orden debe venir de algo que lo tiene de modo necesario sin que se pregunte en qué manera el ordenador es algo complejo que no necesita haber sido ordenado por otra realidad ordenada.

Los seres humanos podemos concebir planes y diseños en la medida en que somos capaces de tener representaciones mentales distintas, compuestas de diferente información. El hecho de concebir un espacio, un tiempo, diferentes cualidades o relaciones es una síntesis de la pluralidad: la representación para un sujeto de algo compuesto por partes diversas. Pero lo cuestionable es cómo puede un sujeto tener representación de la pluralidad sin ser de algún modo plural; y de forma paralela, cómo puede ser una síntesis de partes algo único para un sujeto que sea plural, es decir, cómo la percepción de una silaba ahora y la de otra después puede constituir la representación de una palabra, por ejemplo. Tenemos así que si la Naturaleza y los seres vivos son algo complejo y diseñado como una de las posibilidades planeadas por una mente, esa mente debe ser al menos tan compleja como sus planes, a no ser que muchos de los resultados del plan escapen al plan y al diseño, con lo que sería absurdo decir que han sido diseñados. De hecho, los "diseñistas" no creen en una forma de deísmo sino que son creyentes de las formas más fideístas y tradicionalistas de las religiones. El resultado es que han necesitado postular una complejidad tan grande o mayor que la que pretenden explicar porque les resulta inexplicable como tal, y que carecen de cualquier regla de correspondencia efectiva que traslade lo planeado a su realización material. Por no abundar en la falta de consistencia y de razón suficiente de un modelo que pasa de lo metafísico a lo físico sin haber entendido ni qué puede ser lo primero ni qué es lo segundo ni cómo se pueden relacionar ambos.

La teoría de la organización espontánea de la vida, sin noción de la información que implica, ha chocado siempre con la evidencia empírica. Todo lo que se podía afirmar era que los caballos tenían potros y que el nogal nace de las nueces de otro nogal, mientras que la teoría de la generación espontánea de vida se basaba en falta de evidencias. La demostración experimental de que toda vida era generada por una vida aclaraba una aparente excepción a la regla mostrando que siempre había unos huevos, semillas, esporas o seres vivos no observables de forma directa. Sin embargo sus derivaciones ideológicas podían ser variadas. Una primera interpretación consistiría en que si no hay aparición espontánea de vida, todo ser vivo procede de un modelo preexistente. Además, tampoco los partidarios de la generación espontánea creían en un mero azar pues podían aparecer pequeños insectos en el estiércol pero nunca una vaca entre la paja del establo.

Excluida la aparición sin modelo anterior, los creacionistas argumentaban que la cadena de modelos requeriría un primer modelo creado por un agente o una serie infinita con las dificultades de una cadena de seres contingentes. Por el contrario, la regularidad de que de un nogal saliera un nogal y no un geranio, sin rastro aparente de un agente externo, hacía fácil concebirla como una ley natural, no contingente sino necesaria, y suficiente por sí misma para organizar la vida sin la existencia de un agente exterior que realizara lo que la misma naturaleza de las cosas no podría realizar.

Y la situación podría ser tan paradójica sin una teoría que explicara cómo es posible que estructuras complejas e improbables como combinación al azar de sus elementos puedan existir y reproducirse según el modelo de las progenitoras sin un modelo sobrenatural o creado por un agente sobrenatural. Fue la teoría de la Evolución (nombre bastante inadecuado, pero que asumimos por tradición) la que pudo encajar todos los elementos conceptuales y todos los hechos observados. Y es precisamente por ello por lo que los creacionistas centran sus esfuerzos y sus iras en desacreditarla, como responsable de que el orden natural de la vida y de las generaciones de seres vivos no permita probar la existencia de un agente sobrenatural: el Dios en el que creen.

Quizá las formas sustanciales les podrían parecer adecuadas como explicación a los escolásticos, pero aparte de describir la regularidad de unas estructuras o sucesos desconocidos en todo lo demás -que quizá era la intención de Aristóteles- tales conceptos no explican nada. Los atomistas griegos, por el contrario, intuían la necesidad de que las realidades aparentemente más complejas se redujeran a elementos estructurados de tal forma que lo observable fuese explicable por elementos sencillos, que es la naturaleza de una explicación. Pero si los elementos son sencillos, lo complejo es la estructura y la probabilidad del complejo será la de que se den todos los sucesos de combinación de sus elementos. Los atomistas fueron consistentes con su modelo y postularon que el origen de cada realidad se debía a la agitación de los átomos, que se entrelazaban debido a sus formas. No explicaban, sin embargo, cómo un león tenía hijos leones y quizá eran conscientes de que se trataba de un problema que superaba sus medios.

Hoy sabemos experimentalmente las dos cosas: que el ser vivo contiene los mecanismos y la información para replicar su estructura básica y que ésta se reduce a átomos. Y sabemos también varias cosas más: que la estructura es tan compleja que es de una probabilidad infinitesimal el que resulte de la mera agitación de los átomos -siguiendo la imagen de los atomistas griegos- y que resulta de la estructura de los progenitores, la cual genera una réplica de sí misma, pero que contiene en ocasiones diferencias con respecto a la estructura modelo y generadora. La evidencia de estos conceptos no derivaba del modelo atomista de la química moderna sino de la observación de la Naturaleza, pero la teoría completa debió surgir por pasos, hasta llegar a la química de la vida, su estructura y sus mecanismos de reproducción.

Todos conocían que los animales y vegetales se reproducían dando hijos similares pero no idénticos a los padres ni al resto de sus hermanos. Pero se creía que esas variaciones eran apenas accidentes sobre una estructura esencial que permanecía invariable, de manera que siempre debió haber vacas y siempre leones, más o menos similares a los actuales. Las dudas sobre esto surgieron de varias fuentes. Por un lado, los animales y plantas habían sido transformados por los criadores para su conveniencia. Por otro, se observaba que la formas de los animales y plantas no eran ajenas unas a otras, sino que parecían relacionarse en una estructura clasificable por semejanzas y en la que algunas cualidades aparecían como en una escala. Por ejemplo, en los mamíferos marinos se podía encontrar diferentes desarrollos de las extremidades traseras como si hubiera una progresiva reducción desde patas completas, patas reducidas como las de la morsa o aún más de la foca, hasta la aleta de delfines y ballenas; o los diferentes desarrollos de las alas de las aves. Y en último término, se encontraban restos fosilizados de animales antiguos que mostraban unas formas diferentes de las actuales.

Todo eso llevó a dudar de que las especies fueran invariables. No era pues imprescindible que todos los individuos fueran copias de otro esencialmente idéntico sino que se podía pensar en una cadena de seres que a través de transformaciones naturales iban del más sencillo al más complejo. Parte del problema de la estructura de la vida estaría ya resuelto pues no sería necesario que cada individuo estuviera contenido real o virtualmente en sus progenitores en una regresión infinita o hasta un modelo original creado con toda su información ni enfrentarse a la alternativa de que hubiera aparecido totalmente al azar en un solo paso. Tengamos en cuenta que si no hay una construcción del nuevo ser vivo sobre el modelo de estructura y función del progenitor, esto implica que ha aparecido como la combinación más probable en un proceso al azar o ha sido fabricado. Ahora bien, es obvio que una disolución de sal que pierde agua por evaporación produce el cristalizado de la sal como resultado más probable, mientras que ningún proceso que no involucre un patrón de información biológica permite pasar de un conjunto de átomos a un organismo vivo. Las probabilidades se pueden estimar por el número de ocasiones en que cristaliza una sal frente al de veces en que aparece un cocodrilo espontáneamente del barro del Nilo.

Los descubrimientos de la genética molecular y de la bioquímica acerca del modo como se conserva y se transmite la información genética revelan que hay una reducción al mínimo del azar en todo ello: desde la duplicación de los ácidos nucleicos hasta la corrección de errores por las polimerasas. Sin embargo, no se evita toda variabilidad del material genético sino que es parte imprescindible de la reproducción biológica, cosa que difícilmente se puede hacer compatible con un diseño. Si un diseñador consciente permite errores es porque su diseño o no es perfecto o debe poder variar como parte del diseño para adaptarse a circunstancias indeterminadas. En ambos casos, cualquiera que defienda la teoría de un diseño debe reconocer que la adaptación es parte del proceso. La medida de la perfección del diseño sería su invariabilidad y su preadaptación a todas las contingencias, mientras que la variación aleatoria de la información genética implica una reducción del papel del diseño cerrado que prevé toda circunstancia posible y un mayor papel del azar, admitiendo fracasos en la apuesta como precio para tener opciones de acertar. Un partidario del "diseño inteligente" que responda que el diseñador ha dejado margen a la adaptación ha reducido en esa misma medida la capacidad explicativa de su modelo y ha reconocido la validez de la selección direccional de variantes surgidas al azar. Por el contrario, un modelo de variación aleatoria y selección direccional por el ambiente debe tener como axioma el compromiso entre la conservación de la información y su variabilidad, sin las cuales o no se replica un ser vivo porque las mutaciones deletéreas lo hacen imposible o no hay posibilidad de adaptación.

La única contrarréplica de los "diseñistas" a que la estructura de la vida no resulta de un proceso de variación al azar más selección natural consiste en negar que algunas características clave de la vida puedan resultar de una serie encadenada de modificaciones al azar. Para ello han usado el concepto de complejidad irreducible como la de una estructura que deja de ser posible o funcional si se modifica alguno de sus elementos, o versiones más o menos extravagantes de teorías de un cambio direccional.

Es evidente que hay un enorme número de características de los seres vivos que no pueden ser conceptuadas como complejidades irreducibles y que los "diseñistas" no ven problemáticas. Por ejemplo, los casos tan citados del alargamiento del cuello de las jirafas o de la reducción del número de dedos de los caballos (2) no contienen ni rastro de una posible complejidad irreducible: siempre será posible y funcional un cuello más corto o más largo y que tanto la estructura de los huesos, de los músculos y del sistema circulatorio vayan experimentando cambios escalonados; y con más motivo, la reducción del número de dedos y el alargamiento de uno de ellos. O la longitud y densidad del pelo o su color y tantos ejemplos que puede pensar cualquiera. Eso les debería obligar a contemplar el cambio adaptativo al menos como posible y funcional en todos los casos en que no aparezca tal complejidad irreducible. Pero no es, obviamente, ése el objetivo de los "diseñistas" sino el de probar que, si al menos una de las características de un ser vivo no puede ser debida a adaptación acumulada, el ser vivo ha requerido un diseño no equivalente a un proceso biológico naturalista.

El argumento es antiguo y su lógica es similar a la de "demos por bueno que el color del avión sea algo no diseñado sino quizá caprichoso, pero la estructura del avión no es funcional si se elimina alguna de sus partes, a veces tan sólo algunos de sus tornillos o cables; luego el avión está diseñado y no hecho a capricho". Es decir: se asume que puede haber características debidas a la adaptación y a lo que llaman microevolución, pero se insiste en que algunas características no pueden haber resultado de una evolución por pasos adaptativos debidos a selección natural sino que revelan la necesidad y existencia de un diseño y de un diseñador, sea éste lo que sea.

El diseño se entiende como la disposición de elementos para un fin y la cualidad de la mente -al menos la humana, podemos asegurar- es construir modelos de la realidad y operar con ellos de manera que se concibe por adelantado cuáles pueden ser los resultados de determinadas acciones y disposiciones. El que diseña modela en su mente y valora los resultados antes de realizarlos, con lo que ahorra intentos y fracasos que puedan ser previstos dentro del modelo. Un diseñador inteligente reúne mentalmente los elementos de que puede disponer y las regularidades que siguen y evalúa posibles modificaciones del modelo y sus resultados conforme a su cercanía al fin pretendido, bien sea en bruto, llegando en su análisis tan al detalle como sea posible, o detectando regularidades que abarquen un número de casos que no será necesario examinar uno por uno. El diseñador, por lo tanto, necesitará poner a prueba su modelo tanto menos cuanto más profundamente conozca sus características pues el procedimiento de prueba y error simple no es ningún diseño. En el mejor de los casos, un diseñador elaborará un proyecto acabado y listo para llevar a la práctica. Tantos ajustes como sean necesarios en la práctica indicarán que el modelo diseñado era incapaz de predecir las consecuencias y por tanto, que era un diseño deficiente.

Es célebre el argumento del teólogo William Paley acerca de que un reloj sólo puede haber sido concebido y fabricado por un relojero mientras que una piedra puede haber existido sin diseñador ni fabricante (3). La base de este argumento reside en que las piezas del reloj y su ajuste no son posibles espontáneamente en la Naturaleza. Imaginemos que vemos no un reloj sino la huella de un pie humano, que es algo mucho menos complejo que un reloj, que no está diseñada, pero que se diferencia de toda otra cosa que no sea una pisada. La razón por la que podemos asegurar que se trata de una pisada humana es que no hay procesos naturales que generen una forma indistinguible de la de la pisada y que podemos predecir que cualquier cosa -que no sea una fabricación humana de un molde a propósito, por ejemplo- dejará una huella diferenciable de la de la pisada. Imaginemos por el contrario un simple agujero en la tierra. ¿Podríamos saber a simple vista si ha sido excavado por una persona o por un animal o si ha resultado de algún proceso físico? Sólo si tenemos un modelo que permita distinguirlo, sea una teoría científica o el ojo experto que diferencia una madriguera de un conejo o de un topo. Así, si vemos un animal salvaje en el campo no podemos saber si alguna persona lo trajo, aunque sería posible, pero si vemos un perro doméstico es muy probable que su dueño ande cerca.

Un reloj sabemos que sólo resulta de la fabricación de un experto, e incluso un entendido en relojes podría distinguir si se trata de alguien competente fabricando relojes o si se trata del autor de una chapuza. Pero ¿y si encontramos algo que parece una huella de un animal, podríamos asegurar a simple vista y sin ser expertos que lo es y que no se trata de una falsificación realizada por alguien? Vemos que en este caso la huella no es un producto diseñado mientras que la falsificación es un producto humano que trata de imitar en sus detalles algo natural y que sólo con mucho arte lo consigue. En este caso serían las imperfecciones y no la perfección lo que delataría su procedencia humana, haber sido fabricado y no ser un producto natural.

Ningún objeto, ningún dato, tiene en sí mismo una significación general; no es equivalente a una teoría. Por lo tanto, la interpretación de un hecho, aunque sea el hallazgo de un objeto o suceso, no equivale a la teoría que pueda explicarlo y se reduce meramente a lo que se observa. Así, el reloj en sí mismo, como la huella humana o animal, no dicen nada de su origen, aunque la costumbre de atajar en en razonamiento pueda hacer creer a algunos que es así y que es evidente que el reloj implica un fabricante y que la piedra no. Sólo la teoría que surge de la observación metódica y la contrastación permite afirmaciones como las de Paley y si bien es cierto que la teoría acerca de la Naturaleza nos permite asegurar que el reloj lo fabricó un relojero o una maquina fabricada por relojeros, sólo otra teoría y no la mera analogía del reloj nos permitirá hablar de si otras cosas son naturales o diseñadas, fabricadas o lo que se quiera. Ahora bien, Paley trataba de razonar por analogía acerca de objetos que creemos naturales y que para Paley llevaban el sello de Dios, su autor, tanto como el reloj lo lleva de su fabricante. El ojo -un ejemplo muy citado- se asemeja al reloj y se diferencia de la piedra en que está compuesto de muchas partes y que su función depende del ajuste en su estructura, mientras que la piedra puede tener cualquier forma o encontrarse en cualquier posición y nos parece equivalente a otra.

Es evidente que ninguna piedra va a ser idéntica a otra, al menos dentro de lo que podamos observar, y eso revela una complejidad en su estructura tan grande como la del reloj. Pero la diferencia entre una piedra y un reloj no depende de su complejidad como objetos individuales sino de cómo se encuentran ambos dentro de las regularidades del Universo, y esto es algo que sólo la ciencia puede decir y nunca la retórica de una analogía de bella apariencia. Conocemos que la probabilidad de que un metal forme una ruedecilla dentada o un resorte es a la de que se encuentre en el mineral como la de que se encuentre una ruedecilla o resorte excavando en una mina frente a encontrar los pedazos de mineral habituales. Pero sin un criterio de observación y de conocimiento de la Naturaleza, ¿por qué la forma de una pirita no revela un fabricante?

Así que sabemos que el reloj es un producto humano, pero la analogía del reloj compuesto de partes con el ojo y su estructura no prueba nada más que imaginación. Al menos, es evidente que no ha sido fabricado por un ser humano o similar, pero ¿por qué por un diseñador no humano? Podemos asegurar que en épocas primitivas o sociedades premodernas se realizaban operaciones en los dientes y en los huesos porque los restos encontrados tienen aspecto de haber sido manipulados porque conocemos la forma natural de huesos y dientes, aunque no hayamos observado a aquellas personas en vida. Pero la forma de los dientes, de la mandíbula o del ojo sólo autorizarían a asegurar un autor consciente si somos capaces de encontrar que esos objetos no son así de forma natural, tal como podrá en cualquier momento decirse de un diente tallado de hace dos mil años. Sin embargo, de los ojos, dientes o huesos sólo sabemos que ocurren así de forma habitual en la Naturaleza, sin que sea necesaria otra cosa que un animal que los tenga. Aquí es donde los "diseñistas" tratan de encontrar una regularidad natural que vaya más allá de la mera ocurrencia de un suceso y que exija un diseño y un diseñador. No se trata ya tanto de que a alguien le parezca evidente que un ojo se asemeja en su estructura a algo diseñado y fabricado sino de que su estructura muestre ser por esencia algo fabricado y no natural.

Del mismo modo que hemos razonado acerca de casos y ejemplos, los "diseñistas" tratan de razonar acerca de regularidades, es decir, acerca de qué caracteriza a las estructuras fabricadas frente a las naturales. Las estructuras naturales serían muy probables dadas exclusivamente las leyes naturales de sus elementos mientras que las estructuras fabricadas serían altamente improbables en esas mismas condiciones. Digamos que eso es válido y que encontrar miles de tablillas de barro llenas de líneas parece buen indicio para creer que es algo humano e intencional y no un mero accidente de la fabricación de ladrillos asirios. Un caso similar a cómo la sal precipita en los lagos salinos y poco profundos pero no nacen cocodrilos del barro espontáneamente. Pero vemos que los ojos surgen cada vez que nace un animal que los tenga y que no hay un diseño y una fabricación en un sentido análogo a los de los relojes. La analogía, sin embargo, puede ser llevada a que cada ser vivo es una maquinaria diseñada para fabricar otros seres vivos, pero resultado ella misma de un diseño previo.

Como veíamos, decir eso sólo es posible si se cree que el ser vivo es objeto ordenado por un agente que crea el orden, de tal manera que los ojos nunca surgirían sin un modelo. Pero vemos que el modelo suficiente es la estructura y función físicas y la información genética del progenitor o progenitores y que esa información puede ir aumentando o disminuyendo con el azar de las mutaciones y la selección del ambiente. Luego los "diseñistas" deben probar que tal proceso no es espontáneo y natural y los evolucionistas, que lo es.

La reducción al absurdo que proponen los "diseñistas" consiste en que ciertas estructuras no pueden modificarse sin perder su función, lo cual haría imposible que fueran seleccionadas al ser inútiles en cualquier forma diferente a la que tienen. Así, el ojo, sin alguna de sus partes dejaría de ser funcional y tendría que haber aparecido ya desde su origen como una estructura compleja y completa, con todas sus partes actuales o formas similares. Pero esto ya desde Darwin se conoce que no es verdad. Hay en la Naturaleza seres vivos con "ojos incompletos" y funcionales (4) y eso demuestra que hay partes que pueden haber aparecido de forma sucesiva y no en un mismo e improbable proceso.

Lo mismo podemos ver acerca de los procesos de coagulación de la sangre (5) en dos respuestas de Kenneth R. Miller a las pretensiones de Michael Behe sobre su complejidad irreducible. Podemos citar su conclusión en el párrafo final de Miller en el primer enlace:

"¿Por qué el libro de Behe "Biochemical Challenge to Evolution" se ha encontrado con tan poco apoyo en la comunidad científica? Yo diría que la razón es simple. Su hipótesis es errónea. Los sistemas bioquímicos complejos de los organismos vivos, incluyendo la cascada de la coagulación de vertebrados, son plenamente comprensibles en términos de la evolución darwiniana."


El caso general de una adaptación involucra muchos cambios y la crítica de la complejidad irreducible consiste en afirmar que es muy improbable que hayan sucedido todos a la vez pero que sin cada uno de ellos el proceso es imposible. Hemos visto que no lo es ni en el ojo ni en la coagulación y podemos ver que no lo es en muchos otros casos. Una ballena, por ejemplo, no es funcional sin sus formas hidrodinámicas, su resistencia al frío, su capacidad para bucear durante mucho tiempo, la posibilidad de que las crías nazcan en el agua y muchas otras. Es obvio que sin cualquiera de ellas una ballena no sobreviviría, pero vemos especies con soluciones intermedias y que nos muestran que es posible una adaptación escalonada a la vida en el mar partiendo de la vida terrestre.

Por lo tanto, lo que podemos oponer son dos modelos de explicación de la diversidad y orden de la vida: uno de ellos implica una continuidad en las relaciones entre individuos y especies y entre los seres vivos y su ambiente; el otro, una discontinuidad y una direccionalidad esenciales. Veamos esto con un ejemplo. Un pingüino se reproduce en tierra pero se alimenta en el mar. Podemos decir que está adaptado a lo que hace pero ¿por qué decimos eso? Sólo porque podemos imaginar que en otras circunstancias podría vivir peor o no vivir. Pero eso no nos indica que haya ni un diseño ni una evolución que explique nada pues el hecho mismo no es su regularidad. Sin embargo cuando pensamos que hay una serie de regularidades estamos asumiendo algún modelo en el que dadas unas condiciones se dan unos resultados. Afirmar que hay un diseño inteligente equivale a asumir como verificado un modelo que proporciona un conjunto de hechos observables, mientras que afirmar un modelo naturalista equivale a asumir que se dará otro conjunto de hechos observables diferente del anterior en algo significativo.

Un modelo de diseño inteligente o uno naturalista deben ser verificables en el sentido de que deben predecir qué hechos se darán y, por tanto, cuáles no. Supongamos que la compañía A dedicada a la ingeniería genética afirma que ha creado un organismo modificado. El diseño inteligente ya está entre nosotros y la ingeniería genética lo es. Ahora bien ¿tiene sentido empírico esa afirmación? ¿Se podría decir que no se puede distinguir entre un organismo modificado de forma artificial y uno hallado en estado salvaje? Es obvio que se puede distinguir y que la probabilidad de que un vegetal incorpore un gen bacteriano determinado por azar es despreciable. Luego un modelo de diseño inteligente es capaz de hacer una descripción de una realidad compuesta por objetos que no se esperarían sin su intervención, como el vegetal modificado del ejemplo. Si observamos seres vivos encontrados en la Naturaleza ¿qué casos podríamos esperar que revelasen la acción de procesos distintos de los naturales que dan origen a los seres vivos habituales? ¿Podríamos encontrar un pingüino que incorporara genes totalmente inesperados en un ave y que resultaran funcionales e indispensables para su vida? ¿Podría alguna especie de pingüinos tener características que no parecieran derivarse de un proceso de evolución por adaptación al medio ambiente? Pero nada de eso se encuentra sino la modificación de elementos de un ave a formas aptas para la vida en el agua. No hay nada novedoso y que no se espere de un ave. Lo mismo que sucede en el caso de una foca con sus características de mamífero. De hecho, lo que sorprendería es que un pingüino fuera un diseño: un animal que ha resultado de una filogénesis particularmente llena de cambios de dirección, desde los peces que salieron del agua hacíéndose anfibios y reptiles de vida terrestre, con patas robustas capaces de transportarlos, hasta las aves que las aligeraron y extendieron para convertirlas en alas con las que poder volar, para volver al agua al final como pingüino, reduciendo las alas a aletas para nadar. Todo un viaje al punto de salida.

Los "diseñistas" se definen y definen su ideología por el propio nombre de su teoría: un diseño es una información ajena al objeto que modela, salvo por analogía; nadie diría que en sentido propio las rocas tienen un diseño redondeado o cortante; algo inteligente es propio de una mente que planea conforme a sus fines e intenciones. Parece claro que la intención de su teoría es demostrar la existencia de un diseñador más que de un diseño y que éste es una mente planificadora y ejecutora, salvo que una tendencia a la metáfora los traicione en exceso. Tratan más de teología que de ciencia y de acomodar los hechos a su prejuicio que de obtener una teoría contrastable y verificada. Por eso, por admirable que nos parezca la adaptación de las alas de un ave a nadar bajo el mar, rehaciendo su estructura de manera que dejan de ser útiles para volar, podemos encontrar una hipótesis que explique ese hecho sin forzar que hable de mentes y de planes. Porque ¿es un plan o un buen plan que el pingüino haya seguido su filogenia o es propio de un diseñador indeciso? ¿Lo es que siga siendo dependiente de la puesta de huevos y la cría en tierra lejos de sus fuentes de alimento? ¿Hay algún motivo por el que los pingüinos no sean un buen diseño para mares tropicales llenos de peces o para los mares árticos? Pero, en general, dejando aparte que los diseñistas hacen una teología disimulada que deja a su diseñador como un improvisador que cambia de planes y que reúne tantos fracasos como extinciones ¿qué teoría se ajusta mejor a una evolución que avanza en direcciones que cambian con frecuencia y que deja caminos sin recorrer: un diseño que planifica previamente su fines y medios o una mera adaptación de lo que aparece por azar a la presión de un mundo limitado, sin dirección ni finalidad?

Se menciona muchas veces que la retina humana está en la posición opuesta a la del pulpo con respecto a la luz, o que el mecanismo de acomodación del pulpo consiste en adelantar y atrasar el cristalino sin variar la curvatura mientras que el ojo humano lo acorta o lo alarga, variando su curvatura. Los dos diseños son diferentes ¿Sería eso una prueba de que hay al menos dos diseñadores? Y si los ojos de los moluscos son tan variados ¿hay algún motivo de diseño para que el ojo del pulpo sea más complejo que el del nautilus? Hay, según todas las apariencias, diversas estructuras para los mismos fines y diversos desarrollos de estructuras y funciones, como la homeostasis del calor, que impide a los reptiles adaptarse a climas extremadamente fríos. ¿Es algo de eso compatible con la idea de un diseño inteligente?

La ciencia busca modelos de la realidad que permitan reducir la variedad infinita de los datos a un número reducido de reglas generales y cuando lo consigue afirma que ha elaborado una explicación. Lo que se observa en la estructura, función y desarrollo de los seres vivos es una modificación de sus estructuras cuando de ello se deriva una ventaja para sobrevivir, nunca la aparición de la nada de nuevas estructuras, ni siquiera cuando serían necesarias para sobrevivir. Se observa aparición de miles de variantes o extinciones masivas, distintas especies recurriendo a mecanismos similares partiendo de sus estructuras previas para adaptarse a un medio como las alas de los reptiles, mamíferos y aves voladores, o el perfil de huso y las aletas de peces, reptiles y mamíferos marinos. Pero no se observa que un pez desarrolle los pulmones que le convienen al delfín ni que éste desarrolle branquias. El plan y el propósito no se encuentran en la variedad natural de la vida y no hay modo legítimo por el que puedan entrar en un modelo explicativo científico, y cuando entran contra los modelos naturalistas, lo hacen como las hipótesis innecesarias que son.

Podríamos recordar que el "diseño inteligente" sólo ha sido un recurso teatral para tratar de hacer entrar de nuevo el creacionismo religioso dentro de los centros de enseñanza o dentro de los debates acerca de la vida disfrazando al personaje con nuevas ropas dialécticas. La ciencia fue haciendo lugar para explicaciones naturalistas del Universo y la hipótesis antropomorfista de un ser consciente, inteligente, planificador y ejecutor de sus planes quedó como inservible. Ni siquiera se trató de expulsar la idea de seres sobrenaturales del ámbito de la ciencia sino que se acabó prescindiendo de ellos como hipótesis superfluas. Pero no es el conocimiento sino que son otros los motivos por los que algunas personas siguen creyendo en seres divinos -trataremos del tema en otro lugar (6) de este blog- y son a veces motivos que les compelen de tal forma que, equivocados o tratando de equivocar a otros, usan de una dialéctica sofística para esconder que hace ya siglos que la ciencia dejó de encontrar fundamento para la existencia de dioses.


incompleto...

(\(\
(-.-) ZZZZZ
o(")(")







Nota 1:

El ejemplo pertenece al astrónomo Fred Hoyle

A junkyard contains all the bits and pieces of a Boeing 747, dismembered and in disarray. A whirlwind happens to blow through the yard. What is the chance that after its passage a fully assembled 747, ready to fly, will be found standing there? So small as to be negligible, even if a tornado were to blow through enough junkyards to fill the whole Universe.

* The Intelligent Universe (1983), p.19

Fred Hoyle en Wikiquote.

--

Sir Fred Hoyle (1915-2001): El astrónomo descontento. Javier Armentia.

La Biología De Lo Complejo. Javier Armentia.

(Subir 1)





Nota 2:

Evolución de los caballos

Evolución de las jirafas

(Subir 2)




Nota 3:

Supongamos que, al cruzar un brezal, mi pie tropezase con una piedra, y se me preguntase cómo esa piedra llegó hasta allí; posiblemente podría contestar que, por lo que yo sabía, había estado por el contrario allí desde siempre: quizás tampoco sería fácil demostrar lo absurdo de esta respuesta. Pero supongamos que hubiese encontrado un reloj en el suelo, y se me preguntase qué había sucedido para que el reloj estuviese en aquel sitio; difícilmente podría pensar en la misma respuesta que había dado antes, de que, por lo que yo sabía, el reloj podía haber estado siempre allí. Sin embargo, ¿por qué esta respuesta no debería servir para el reloj tanto como para la piedra, por qué no es admisible en ese segundo caso como en el primero? Por esta razón, y no por otra, a saber, que cuando llegamos a inspeccionar el reloj, percibimos - lo que no pudimos descubrir en la piedra - que sus diversas partes están enmarcadas y reunidas con un propósito, por ejemplo, que están así formadas y ajustadas como para producir movimiento, y ese movimiento tan regulado como para señalar las horas del día, que si las diferentes partes hubieran sido de forma diferente de lo que son, o colocadas en cualquier otra manera o en cualquier otro orden que en el que están colocadas, o no se hubiera producido ningún movimiento en en la máquina, o ninguno que hubiera respondido al uso que ahora tiene.

Al observar este mecanismo ... creemos que la inferencia es inevitable, que el reloj debe haber tenido un fabricante - que debe haber existido, en algún momento y en algún lugar u otro, un artífice o artífices que lo formó para el propósito al que encontramos de hecho que responde, que comprendió su construcción y diseñó su utilización.

Ni debilitaría, entiendo, la conclusión el que nunca hubiéramos visto un reloj hecho, que nunca hubiéramos conocido a un artista capaz de hacer uno, que fuéramos totalmente incapaces de ejecutar tal clase de destreza nosotros mismos, o de entender de qué manera se llevó a cabo, no siendo todo esto más que lo que es cierto de algunos exquisitos restos de arte antiguo, de algunas artes perdidas, y, para la mayoría de la humanidad, de las producciones más curiosas de la manufactura moderna.

* Teología natural, 1802.


William Paley. Wikiquote

(Subir 3)




Nota 4:

Los ojos de algunos moluscos son ejemplos de "ojos incompletos" pero funcionales

La Evolución del ojo

The Evolution of Eyes. Gradual Change from Simple Forms

Grades of vision in molluscs

Evolution ot the eye. Britannica

Eye evolution. Wikipedia


(Subir 4)




Nota 5:

Sobre la coagulación de la sangre

Is the Blood Clotting Cascade "Irreducibly Complex?"

The Evolution of Vertebrate Blood Clotting

(Subir 5)





Nota 6:

o o o

o o o

(Subir 6)









A bordo del Otto Neurath: ¿Cómo de probable es que un diseñador inteligente tenga una buena idea?

Cómo responder a los argumentos teístas. II.- Diseño en la Tierra

Pedro Fernández Barbadillo contra Darwin

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